Lugar: Antiguo cine de El Rubio
PREGÓN DE SEMANA SANTA 1952
Eduardo Díaz Pérez
El Rubio……………….1952
Presentación
Nuevamente,
en este escenario, exornado con insignias y estandartes cofradieros; doy a
todos Vdes las gracias, por cuanto de todos, en que por primera vez se hizo el
pregón de Semana Santa , recibí el considerante estímulo de vuestra
aprobación afectuosa.
Creo que con toda seguridad, que más
que el valor artístico de mi actuación, aquella favorable acogida se debía al
afecto que por mí sentís.
Y así lo creo, porque la estima como
la mayoría de las cosas son recíprocas y sois vosotros para mí los depositarios
de mis sentimientos más queridos.
Desde luego, por encima del
lucimiento personal, nos movió a hacer el Pregón, el aliciente de que pudiera
ser una institución, una ocasión en donde pudieran ejercitarse aquellos de
entre nosotros, a quiénes sus aficciones o la visa lo llamen a esta actividad.
Pero muy por encima de todo egoísmo
mundano, lo que verdaderamente nos satisface es pensar que aquella humilde
iniciativa nuestra sea, haciéndonos por un momento misioneros, a modo de una
inyección de entusiasmo, que contribuya a abrir los corazones para disponernos
más dignamente a vivir la Divina Tragedia redentora del Gólgota.
Para participar en este modo que
constituye la Semana Mayor:
Dios a la
intemperie. Aire y luz para la imagen
guardada en el recinto del templo; es camino y no quietud, amplitud y no
clausura; es la Religión que refuerza los vínculos con los hombres y discurre,
con su fluir espiritual, por el cauce de los itinerarios cofradieros.
PREGÓN
La vida es siempre, tanto porque se nos ha dicho hasta la
saciedad, como porque lo demuestra la experiencia de todos, un inmenso
escenario por donde van pasando en forma más o menos interesante, los
personajes variadísimos que componen la vieja farsa del mundo. Quien con sus
ademanes de gracioso ritmo y generoso humor, quién con la tristeza invasora de
un ideal inconquistado, quién con la torva mirada de las hondas pasiones que
conmueven el corazón y desorden de la mente, quién con un grito de angustia,
con un rayo de esperanza o una sonrisa de felicidad; todos vamos y venimos
contribuyendo al desenlace diario de esta obra inmesurable que es la vida del
hombre sobre la tierra.
Vivir es
como andar buscando siempre y siempre sin descanso. Sobre el destino del hombre
pesan las palabras del Génesis, y no hay conciencia ni hay rincón de la tierra
en donde dejen de cumplirse las leyes del camino, del sudor y mina su obra de
una manera sencilla y sobria que les produce satisfacción y sentimiento.
Y el plan de
dios es tema perfecto, que a la vez que la crucifixión es redención, es ejemplo
para el género redimido. El crucifijo es cruz de guía para la humildad.
Es particularmente significativo que los prosélitos de la
religión católica nos llamemos comúnmente
“cristianos” ; discípulos, en su acepción más noble e integral de
Cristo. Y Cristo es nuestro Dios en la cruz. Por consiguiente, la más directa
relación y parentesco entre los católicos y nuestro Dios, nos viene del
crucifijo.
La luz del crucifijo irradia de una manera esencial
sacrificio por el amor. Es la culminación del amor aunque para cultivarlo haya
que pasar por el sacrificio. El eje central de nuestra religión es, pues, el
amor.
El Decálogo que resume diciendo que lo mandado es, amor a
dios sobre todas las cosas y a los hombres como a nosotros mismos. Y ésta
síntesis tan sencilla no importa repetirla tan machaconamente. Y no solo no
importa, sino que se hace preciso; porque hemos arrastrado demasiados
desamores; excesivos egoísmos; desorbitada petulancia; inconsciente falta de
caridad cuando juzgamos a los demás.
La Iglesia renovada nos subraya la preponderancia del amor a
nuestro hermano, sobre la forma, el golpe de pecho o la mortificación por sí
misma.
No tengo competencia para precisar el grado de postpocisión
de éstos aditamentos, pero a mi entender, lo importante es seguir un camino del
Señor en el amor del hombre de nuestro quehacer diario.
Un juez no permitirá a un extraño que llegue a la calle,
entre en una sala de Audiencias y cargue sobre sí con la sentencia de muerte de
un asesino. De forma semejante, Dios nos pagaría por sí solo nuestras deudas;
no habría redimido Cristo plenamente, si de algún modo nosotros no vivimos la
crucifixión. Si bebiendo, comiendo; en los negocios, en nuestras relaciones o actuando en lo que fuere, porque
también detrás de los pucheros está Dios. Ancha es la historia, pero más ancha
todavía es la historia del corazón; pues, si la caída de los imperios, de las
instituciones, de la cultura se nos ha repetido lo suficiente para
desengañarnos de la inestabilidad de las cosas humanas; quizás no hay un instante entre las
veinticuatro horas del día terrestre, en que no se desplome un corazón abatido
hasta tocar el barro de la ciénaga, o unos ideales que alimentaron
pasajeramente el ansia humana de plenitud. Pasa la historia, se desploma la
historia, y se desploman y pasan como ligeros pájaros alcanzados por la
perdigonada los tristes y voladores corazones de la humanidad.
En ese
teatro de que antes hablábamos, nada hay estable, y cada nueva palabra
pronunciada por cada personaje es como un nuevo grito, que ni al final si
quiera recogerá del público un aplauso de generosidad.
He aquí el panorama sentimental de la
historia, rápida y torpemente descrito por quien tan solo está lleno de buena
voluntad. He aquí el argumento del hombre desde el corazón.
Pero por
fortuna, toda la realidad no es tan solo. La realidad de un pueblo, toda la
realidad de un pueblo no son sus partidos políticos, ni la marcha de sus
negocios público; ni el fomento de sus virtudes ciudadanas, preparación o
destreza de sus habitantes; ni siquiera tampoco la historia particular de sus
familias, de sus amores, de sus afanes, de sus proyectos para el presente o
para el porvenir. Existe en la vida de cada uno, como existe en la vida de cada
pueblo, una fuerza superior que da calor a nuestros días y seguridad a nuestro
destino; y esa fuerza es el impulso divino y maravilloso de la religión. Sin
religión no hay sociedad, a lo sumo colmena, agrupación o piara. Sin religión
no hay persona, a lo sumo individuo, ejemplar
o número proletario.
Lleva el
hombre dentro de sí más ambiciones que los que quepan dentro de esta tierra y
más días por vivir que los que le tocaren al abrigo de las ciudades del mundo,
o al amparo de las leyes civiles de los hombres. Y es que cuanto todo falla la
religión persiste, y cuando todo muere y nos agobia, ella solo empieza
verdaderamente y nos cobija.
Dios es para el hombre la lluvia que
fecunda y el fuego que calienta, la estrella que nos guía y la aguja que nos da
el N. Dios es el seguro inquebrantable de nuestra vida, el abogado de nuestra
última felicidad, la cumbre de la montaña, no hay nube que le oculte a la
necesidad que de Él sentimos.
Pues bien, con Dios el panorama del
teatro histórico y sentimental que describíamos se llena de un tinte de
optimismo. La historia cobra sentido
porque ya la destrucción de la materia y la muerte de las viejas ideas, no se
quedan para siempre en la mera destrucción.
El corazón del hombre se llena de
esperanza porque ya la caída puede ser redimida, la desilusión
alentada, el barro convertido y consolada la angustia. Y sobre todo, Porque
Dios es la fuente y es el término de esas ansias que sentimos de no acabarnos
aquí abajo, un día y para siempre. Con Dios la sociedad se organiza y
fortalece. El progreso solo puede depender de la Moral; y la Moral nos llega
directa de la infinita misericordia por medio de la Gracia. Ser religiosos es
ser ya sociales, porque el prójimo es nuestro conciudadano y por ambos se llega
a la colaboración y a la ayuda.
Pero no siempre en la historia se ha
tenido una idea clara de Dios;la idolatría y toda clase de groseras
supersticiones se alejaban de Él. Fue precisa la realidad de Cristo entre los
hombres para que ésta seguridad quedara inconmovible y fue, muriendo Cristo una
tarde llena de presagios y temblores, como se abrió la verdad de los nuevos
tiempos; poruqe nada hay tan revelador como empeñar la palabra pronunciada a
los extremos de una cruz por donde se nos dio la vida y vida duradera.
Este pregón de Semana Santa, es el
canto de esa salvación del hombre por Cristo. Porque no había otro camino,
señores , que la redención tras la caída, y Cristo cargó sobre sus hombros las
iniquidades de todos; no queriendo salvar al mundo con una sonrisa en sus
labios puros, ni con una palabra de sus labios divinos, sino consumando de
forma desgarrada el sacrosanto misterio de la Redención.
Cristo aparece entre nosotros
marcando una senda dolorosa y sangrante; Cristo hacia la muerte que nos dice:
“Quién quiera venir en pos de mi, tome su cruz y sígame.” Y esta es la cruz que
templa las almas y que sentimos con toda su trágica integridad: la de nuestras
amarguras íntimas y la de nuestros dolores constantes; porque seguimos las
huellas del Salvador camino del Calvario para luego resucitar con Él.
Los que en la tarde histórica del
Gólgota asistieron a la agonía de Jesucristo, quienes pudieron ver aquellos
ojos debilitados por el martirio, aunque radiantes de amor inmenso, rendirse
generosos al dedo de la muerte, quienes oyeron las súplicas del Maestro
pidiendo piedad y misericordia; ya nunca jamás pueden olvidarlo. Año tras año,
aquellos primeros cristianos fueron sintiendo el recuerdo de lo que vieron sus
antecesores y llenos de un desazón incontenible se reunían en fervorosos grupos
en donde rememoraban apenados el divino aniversario de la muerte de Cristo. Y
cuando el tiempo les distanciaba la intensidad les crecía, y cuando las
imágenes fueron borrándoseles de las memorias, ellos construyeron imágenes
visibles en las que depositar su recuerdo como veneración. Año tras año, salen
los Cristos, entre un temblor de cirios y un palpitar de bengalas, desde el ingenuo
primitivismo del antiguo artesano, hasta los grandes crucificados que los
artistas de todos los tiempos supieron arrebatarle la madera o a la piedra
inerte. Echad una ligera ojeada a la prensa española de estos días y veréis un
museo maravilloso de fe y genialidad.
Toda España se llenará en sus noches
vibrantes de abril de un hechizo religioso de blancas Vírgenes angustiadas y
Nazarenos caminantes. Y habrá en las calles un aleteo de plegarias y un
arrastras de colas cofradieras, mientras la flecha limpia de una saeta deja al
aire en suspenso y en conmoción el alma. ( Aplausos)
Días de
convivencia con Cristo quiere decir Semana Santa, en estas calles por donde el
resto del año cruzamos nuestra carga de preocupaciones y a las que pisamos con
nuestros pies de incansables viajeros.
Precisamente, en estos momentos que
señala la época crucial de las grandes consecuencias y distingos vamos a
parlamentar nosotros con Cristo. Y no caben más que dos alternativas; con
Cristo o contra Cristo. Los que odian y los que está dispuestos a luchar con
Él. Vamos a tenerlo tal vez ante la puerta de nuestra propia casa y allí vamos a darle nuestro nombre o a negarle
nuestra colaboración.
…………….La
vida del mundo está desquiciada por guerras y por odios, por inseguridad y
fracaso porque el Maestro Divino tiene casi en blanco su listín de enganche, y
El que atraviesa nuestras calles todos los años va a pedirnos una vez más esa
palabra definitiva que solicita tan humildemente. Nadie insiste tanto, nadie pide
tan poco, nadie abre sus brazos como Él hace a la totalidad de los hombres. No
importan a Cristo clases, como no le importan convivencias, desatiende el
orgullo y ama la sencilla sinceridad.
Cristo pide al pueblo y con Él a los
hombres humildes, cuya vida transcurre en la oscuridad del tosco y diario
trabajo en pos de la subsistencia.
Esencias del
pueblo son las esencias de la Semana Santa, porque también fue el pueblo quien
se arrojó primero a las auténticas vías que conducirán hacia la crucifixión.
Cada año el Nazareno, el Crucificado
y la Dolorosa, nos arrancas pedazos del alma con una inmensa emoción renovada y
siempre fresca.Y hay en nuestro hombros un picazón espontánea por sentirse
tocados del peso religioso de las andas y un bullir de recuerdos de nuestra
infancia lejana, y una palabra fugitiva sobre nuestra ilusión primera, todo
ello en el marco de nuestro pueblo, que se hace más nuestro todavía por estar
más poblado de sugestión y de intimidad.
Salen las procesiones a la calle
pero es porque vamos nosotros a las iglesias
y las sacamos fuera, ya que tenemos hecho pacto con el pasado y
contraída deuda con el porvenir. Sus imágenes son las que vimos nosotros toda
la vida y cada vez con ojos recientes
que nos fueron formando los días y las noches de la usencia, de la pena o de la felicidad. Amamos nuestra imágenes
porque con ellas crecimos, con ellas nos entusiasmamos, y tal vez porque con
ellas una primavera ya lejana, al fulgor de las velas y al balanceo de los
pasos procesionales nosotros sentimos en el corazón una dulce espina de amores de la tierra que generosos pusimos
al pie del Nazareno. Yo diría, en este sentido, que toda Semana Santa es como
una antología de los sentimientos por el poder evocador de los recuerdos que
suscita. Porque ¿quién no ha olido dos veces la cera derramada o ha visto la
luz en una bengala que no haya otras tantas comprobado la fidelidad de los
recuerdos en la memoria, o el paso de antiguas escenas llenas de lejana
felicidad invasora.
Tosa España se transforma de pronto,
durante éstas siete jornadas, como otras tantas gemas incrustadas en el duro
granito del tiempo, en una pulpa vibrante de rememoración. Desde el Cantábrico
al Mediodía y desde Levante al extremo del Atlántico, toda esa vieja piel de “
taurus ibericus” se llena de una rara electricidad vibradora como un campo
magnético. El carácter de España, de los españoles, ha sido siempre una
voluntad constante de darse a los demás cuando en Europa los estados medievales
habían abocado a un cómodo burguesismo a costa de tantos esfuerzos conseguidos,
a España se le derraman por los bordes de su propio ser, el exceso inquientante
de su abundancia. España no vive sino que se desvive. Ella crea inmensas presas
de vida para regar la historia que de cerca y un día se viste de gala peregrina
y enarbolando los estandartes de los Reyes Católicos, las milenarias cruces,
construye barcos de leyenda y se lanza a la conquista del nuevo mundo, llevando
a bordo de sus naves misioneras enseñas de su ideal católico. Sobre la ruta de
los mares, en procesión de mástiles como cirios de la raza, brillan las
estrellas del firmamento recién destapado de la mirada humana.
Cuando en la noche del Jueves Santo,
los pasos crujen y se simbrean en su lento arrastrarse por las calles de
España, son como inmersas barcasas sacrosantas que navegasen al compás de la
exaltación popular.
Cuando nuestras finas mujeres
aganeras, negras como la Dama Virgen de los Dolores, bordan el aire con el
encaje de sus tejas de concha y todo lo invade, del rojo de sus bocas, es que
comprendían la gracia de su estirpe y la lanzan por sus ojos a los cuatro
confines de su tierra hispánica.
La caravana de los cofrades en la
tarde del Jueves Santo- oro y negro de sus túnicas- y el desfiles de las
mujeres de España con unción y perfume de sagrarios – negro y rojo de sus
rostros- son fotogramas de perenne hechizo que ni siquiera supimos regatear a
nuestras postales de exportación turística.
Quién haya venido de lejos se quedará
extasiado ante los altos muros de piedra en Castilla, de las torres de Ávila,
de los alcázares de Segovia, de las catedrales de Burgos y en Toledo, de la
Giralda de Sevilla y de los palacios árabes en Granada.
Quién vea
las negras de las iglesias góticas españolas, como fantasmas mudos retar al
espacio, desconfiará de la luz de nuestro sol y tal vez del encanto asequible
de nuestras noches. Las altas agujas catedralicias se pierden en la oscuridad
en un abrazo de perenne convivencia. Las cúpulas taladran las nubes y por
encima de ellas se subliman en el canto de la piedra y el aire. Pero quien no
se haya quedado en la noche del Jueves no sabe qué son milagros de las sombras
ni transformaciones de la materia.
Un impulso de velas quema los
pórticos de luminosidad, hasta dejarlos como vivas ascuas inapagables por donde
salen desde sus camarines los Cristos transfigurados y las Dolorosas radiantes.
Las torres, como altos centinelas de
la noche, parecen ascender con el movimiento del humo de los hachones.
El paso está ya en la calle y el
paso de la Virgen recibe en sus varetas el primer vaivén de entusiasmo. Una
saeta ha hecho transparente el aire de
la noche mientras los tambores subrayan el silencio con su monótono golpear. Y
entonces el milagro es ya una realidad……………………
Ahí está el pueblo transfigurado con
el color de sus costumbres, en esta inmensa Andalucía mariana que sabe de
coplas y de quereres, de gentileza y de entrega, de viva gracia y de
sentimiento hondo.
Pueblo de María por excelencia, como
no en vano se ha podido venir repitiendo desde todos los tiempos, se la invoque
por Soledad o Esperanza, por Macarena o Angustia, por Rocío, Consolación o
Rosario, que por todos sus nombres nos enamora como buenos hijos a quienes
cautivan todos los retratos de la madre.
Y aquí, en esta tierra de
privilegio, ancha de cielo y de corazones honda, estamos nosotros y de su
entraña somos, ¿Cómo pues, si de sus encantos participamos y con sus ser nos
nombramos podíamos permanecer impasibles ante su Semana Santa empeño y cifra de
lo mejor suyo?¿No es Ella , a Virgen , la Dolorosa, quien nos arrebata cada año
a su salida de Nuestra Parroquia, poniendo en nuestro pechos la dulzura
refrescante de una hermosa lágrima suya? ¿Permitiremos, en sucesivos años ver
languindecer de soledad y tibiesa es Virgen e ir perdiendo nosotros arrebato?
Que nuestra voluntad se mantenga y empuje nuestras voluntades, y que sea
nuestro esfuerzo la garantía de nuestro entusiasmo.
¡Las calles del El Rubio son para ti
Señora!
Que ellas alfombren tu paso, que
ellas mitiguen tu dolor de madre desconsolada.
¿Verdad Señora que Tú alfombraste
nuestras almas , para que tus huellas se nos graben con tesón de Dama peregrina?
Yo sé que cuando tu sales, el
corazón nos quitas, Tú, que robas con manos de azucena. Devuélvenoslo, Señora,
fortalecido y limpio, gentil y renovado, generoso y valiente; para nunca más
perderlo, que sería como perderte a Ti, que eres la Aurora. (Fin Grandes
aplausos)
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