domingo, 17 de mayo de 2015

2014-XVIII PREGÓN DE PASIÓN. María del Carmen Caraver Cornejo

Pronunciado por Doña María del Carmen Caraver Cornejo.

Presentado por Doña Eva Caraver Cornejo.

Parroquia Nuestra Señora del Rosario.

EL RUBIO, SEMANA MAYOR 2014




XVIII PREGÓN DE PASIÓN
SEMANA SANTA 2014

“UN PREGÓN AL AMOR”

INTRODUCCIÓN
Madrugá Macarena

PRESENTACIÓN
Eva Mª Caraver Cornejo

INTRODUCCIÓN AL PREGÓN
Aires de Triana

PREGÓN
Mª Carmen Caraver Cornejo

CONCLUSIÓN
Himno de España

Parroquia Nuestra Señora del Rosario
12:30 de la mañana
El Rubio, 6 de Abril de 2014






“Un pregón al Amor”








A mi tío Manolo, por ser la esencia del Amor y dejar la huella imborrable del mismo en nuestros corazones.





El comienzo

Érase una vez un mundo donde reinaba la paz. Las personas que en él habitaban vivían felices porque había un Papá bueno que los cuidaba, les llenaba los bolsillos de buenos sentimientos y los enseñaba a estar contentos, a ayudarse… a quererse. En este lugar, la belleza se fundía con el amor y el amor con la belleza. Las flores crecían ansiosas por ver las manos cuidadosas que las mimaran, los animalitos saltaban presurosos a sentir el calor del regazo que los acunara, los pájaros ponían sentimiento a su trino para endulzar el oído que los escuchara, los frutos derramaban exquisitez para saciar la boca que los tomara… y de vez en cuando, la lluvia bajaba del cielo bañando con odas de esperanza y alegría los brazos que la esperaban.
Pero un día, no se sabe por qué, del corazón de uno de los protagonistas brotó un sentimiento diferente que lo convirtió en alguien distinto y a pesar de tener frente a él la felicidad más abrumadora, eligió caminar por un sendero de piedras con las que tropezaba una y otra vez y le provocaba heridas en el corazón. Y a todas les puso un nombre para evitar la recaída: avaricia, envidia, engaño…

Y las piedras se multiplicaron, y los sentimientos se contagiaron, y los tropiezos se intensificaron, y los corazones se enojaron. Pero… ¿sabéis lo más maravilloso? Que ahí siempre estaba el Papá bueno, al lado de cada uno de los protagonistas. Y si aún así elegían tropezar con las piedras, luego los curaba de sus heridas hasta 70 veces 7, y les volvía a indicar el camino correcto, y los enseñaba a caminar a Su lado, y les ofrecía Su ayuda, su alegría… su amor, siempre su amor.

Y tanto los quería
y tenía tanto amor
que el Papá no se rendía,
el Papá no se resignó.
¡Venga, despierta Jesús,
que ha llegado la hora:
el momento esperado,
el comienzo de tu historia.

Corre a verlos a todos.
Dales tu amor y tu fuerza.
Y haz que ellos comprendan
que en éstas hallarán la puerta.
No tengas miedo a nada,
yo estaré allí contigo
de todo lo que Tú hagas
siempre seré testigo.
Ayúdalos a entender
que la vida es un regalo
y aconséjalos en todo:
a querer lo bueno y renunciar a lo malo.
Siembra la paz en el mundo,
Caminando de sus manos
compartiendo sentimientos
sintiéndose ante todo hermanos.

Y si por ello te hiriesen,
no tengas miedo, Jesús,
que ese mundo lo merece
que son buenos como Tú.
No tengas miedo a morir
por aclamar al amor.
Ése no es tu final.
será la Resurrección.
Y Jesús que lo escuchaba
respondió:” No tengo miedo.
Lo he visto, lo he sabido,
sus corazones son buenos.

Porque se formaron con raíces
de felicidad y perdón
y llevan grabado con fuerza
el Amor, siempre el Amor.


Sr. Cura Párroco y Arcipreste de Osuna, hermanos mayores de las hermandades de Pasión y Gloria, Sr. Diputado, Sra. Alcaldesa y hermanos todos; me vais a perdonar el haber comenzado así pero no podía ser de otra forma. Se lo debía. A ellos, a mis niños, a todos aquellos que comparten y han compartido conmigo tantos momentos de mi vida. Porque ellos también se merecían tener su pregón, saber qué es un pregón y sentir al Señor en estas palabras. Y qué mejor manera de hacerlo que con aquello que les llega al corazón: un cuento.

Cuento que ha comenzado Eva, que mirándome con ojos de hermana de sangre y espíritu y corazón de amiga ha puesto en sus labios unas preciosas palabras en mi presentación. Gracias Eva por esas gotas de alegría que has derramado sobre mí y gracias por ese corazón hermoso que nos regalas.

¿Por qué yo?

Un día del mes de Octubre, viniendo de mi segunda casa, la escuela, me tropecé con Miguel. Él me propuso prepararme el pregón de este año, algo que anteriormente ya me habían animado a realizar otras personas y que en mi mente figuraba como un proyecto querido no inmediato en mi vida.
En ese momento le dije que tenía que pensarlo, pues alabar la grandeza del Señor se merecía un mimo especial y dedicarle mucho tiempo, tiempo del que yo no disponía.
Por otra parte, después de tantos pregones y de ensalzar la Semana Santa de El Rubio de tantas formas diferentes y tan bonitas, es difícil hacer un pregón y no caer en la repetición.

Desde aquel día me embargó un sentimiento inmenso de ilusión y ganas de pregonar la Semana Santa de mi pueblo, pero a la vez un miedo enorme a equivocarme, porque a buen seguro que hay gente que lo haría mil veces mejor.
Estando en esa tesitura, una noche en la que me había desvelado,un habitante del cielo, uno de mis ángeles de la guarda, alguien a quien yo quiero mucho y que me consta que él me quiere a mí, me dio el empujoncito que me faltaba. Lo vi ¡tan claro! Porque estoy segura que él hubiese sido uno de los mejores pregoneros ya que tenía la esencia necesaria para ello: el amor por su pueblo, el conocimiento de los entresijos del mundo cofrade, la pertenencia activa en el mismo, una gran capacidad literaria y lo más importante: una fe en el Señor de las mejores que he sentido nunca y una capacidad de empatizar con el prójimo y ayudarlo, valorándolo como persona de bien siempre, siempre, siempre.
En aquella noche, a duermevela, sentí que debía hacerlo, que debía alejar mis miedos y, como él me dijo “ sólo debía hablar con el corazón” porque las cosas se sienten de distinta forma por cada uno de nosotros: desde el hermano mayor de una hermandad hasta la mujer que pone sus zapatos en el suelo de la Iglesia y camina descalza detrás del Señor y la Virgen durante la estación de penitencia ; desde el niño que mira con ojos curiosos las imágenes de nuestros titulares hasta el anciano que ayudado por su bastón y acompañado de sus recuerdos se coloca en la esquina del paseo para que nadie le quite la visión , esa visión borrosa que le depara múltiples sensaciones ya vividas quizás de momentos bajo un paso o con una vara de mando, o vestido de nazareno o… o quizás sólo la visión de un rezo lleno de fe y esperanza hacia un favor que le pidió a su Cristo.
Tengo que dar pues las gracias por el favor que me habéis hecho al estar hoy aquí, ya que la preparación de este pregón me ha hecho mirar dentro de mí en estos meses, nadar en mis recuerdos y mirar hacia fuera con los ojos del amor.
Gracias a Dios por haberme rodeado de personas que me han llevado hasta Él con su forma de actuar y vivir la vida, porque todas y cada una de esas personas que en algún momento han compartido un poquito de ella, tienen su palabra en este pregón; gracias a Don Manuel que, sin saberlo, me ha orientado en muchas de sus homilías; gracias a Miguel, a Ramón, a Mª Carmen y a Paco por confiar en mí, considerándome hoy pregonera de las tres hermandades de pasión por igual; gracias a Manuel, por traer a este altar la presencia de la Virgen del Rosario que me acompaña en cada momento de mi vida; gracias a mis padres, a mi marido y a mi familia por animarme a llevarlo a cabo y gracias a ese ángel de la guarda por ese soplo de aire fresco y esas ganas que me dió en ese sueño bendito.

Me gustaría dedicar este pregón, con el permiso de todos ustedes, a ese ángel dulce, cariñoso, amante del bien y portador del mismo a cada una de las personas que se cruzaron en su camino porque estoy segura que, de estar aún entre nosotros, vuelvo a insistir, hubiese sido uno de los mejores pregoneros de nuestra Semana Santa.

VA POR TI, TITO MANOLO.

El lugar donde nacemos y vivimos tiene también una influencia especial en cada uno de nosotros, y yo he tenido la enorme suerte de nacer, criarme y vivir en un pueblo tan maravilloso como El Rubio.
Todo aquel que me conoce sabe que soy una enamorada de mi pueblo que pregona a los cuatro vientos sus costumbres, la alegría de sus gentes, su habla particular… en definitiva, la idiosincrasia que lo define y, que no por ser un pueblo pequeño, lo desmerece, sino que lo aúpa al corazón de todos los que formamos parte de él.
La expresión “en El Rubio no hay de ná” seguro que ha sido escuchada por nosostros en más de una ocasión. Sobre la misma he de decir que los pueblos los hacen las personas que viven en él y yo los invito a mirar detrás de la parafernalia y ver dónde se encierra la verdadera esencia de mi pueblo: en El Rubio hay personas buenas con las que construir proyectos de esperanza y hermandad, gente válida con las que formar los cimientos de obras de caridad y fe, gente buena con la disposición necesaria para ello y con ganas de enhebrar la aguja de la ilusión y la esperanza para coser la tela de gloria que engalane nuestro pueblo.

Quizás seamos un pueblo de personas sin lujos materiales, pero considero un privilegio sentarse una tarde en el paseo de la Iglesia con la tibieza del sol dibujándote una sonrisa en el rostro, considero un privilegio pasear por nuestras calles siempre con un saludo dispuesto a aquél que se cruza en mi camino, considero un privilegio poder escuchar las risas de nuestros niños cuando juegan… Considero que, aquí, en mi pueblo, el mayor privilegio es el amor por los demás, porque no hay desconocidos. Somos una gran familia que intenta apoyarse mutuamente y es por eso que defiendo que en El Rubio sí hay algo: hay mucho. Mucho bueno.

La Semana Santa chica.

Para mí, la Semana Grande no comienza el Domingo de Ramos.
Hace unos años, dos amigos, Antonio González y Ana Chía, propusieron la realización de una procesión en el colegio, puesto que éstas forman parte de nuestra cultura. A todas nos entusiasmó la idea, sobre todo a doña Carmencita, maestra de tronío y mejor persona todavía a la que cualquier ocasión por emprender algo nuevo la llenaba de más energía si cabe.La experiencia vivida junto a los niños fue muy gratificante porque quizás ellos entiendan el significado de entrega como no somos capaces de entenderlo nosotros.
Yo soy maestra por vocación. Mi vida son los niños y el acercarme día a día a ellos e involucrarme en sus pequeños problemas me hace darme cuenta de la grandeza de sus valores.
Cuando llegamos a este mundo, estoy segura de que Dios nos regala estos lindos sentimientos porque nos hace a su imagen y semejanza. Nos regala amor, paz, amistad, ilusión… todo aquello que habita en el corazón de un niño y nos hace felices como lo son ellos. Porque los valores cristianos son los más bonitos del mundo entero.

Cuando ayudo a un niño, lo enseño a hacer algo que no sabe o lo abrazo cuando llora, sus ojos reflejan esos valores que se funden en el principal: el amor. Y es ese amor el que ellos ponen en cada cosa que hacen. Es por eso que la Semana Santa de los peques se convirtió desde aquel año en una tradición más de nuestro pueblo.
Los pasos los tenemos al final de un recibidor en el ciclo de infantil y desde que entran el primer día en el cole ya empiezan a preguntar: “Seño, y esos pasos ¿por qué no tienen al Señor y a la Virgen?”, “seño, ¿y cuándo los vamos a sacar?”, “seño, ¿me puedo meter debajo?”…

Cuando ya en Cuaresma empezamos con los ensayos y ven que es verdad, que aquellos pasos no estaban allí de adorno, les entra a todos un nervio especial: “Seño, ¿yo dónde me pongo?”, “seño, que mi madre no me ha “echao” el tambor”, “seño, ¿me meto ya debajo del paso?”,” seño, que mi madre me apuntó de madrina pero yo quiero ser costalera”…
El primer día de ensayos termina la madrina al lado del músico y el costalero casi encima de un paso pero como ellos son grandes – que no digo mayores- y les entusiasma la idea, sale. ¡Y vaya que si sale! Ya se encargan entre todos de que cada uno desempeñe su función.
Es el primer amago de hermandad de pasión. Los primeros cimientos de las futuras hermandades de nuestro pueblo.
Las mamás se afanan por dejar los pasos acicalados y el día antes de la salida, mi tío Bautista, D. Juan Bautista Caraver Guerra, siempre dispuesto a ayudar, nos presta sus imágenes, nos las viste de forma impecable y nos las coloca en los pasos.

Para los niños y niñas ésa es la certeza absoluta de que su Semana Santa está preparada.
Y llega el día. Todos vienen con sus mejores galas, con sus costales que, aunque se les caen una y otra vez, no importa, porque buscan a la seño que se los ponga de nuevo; los instrumentos musicales, las túnicas, capas y

medallas… y la ilusión, esa bendita ilusión que doy gracias a Dios por dejarme sentirla cada día en los ojos de los niños.
Ya todo está preparado. La pista del colegio se llena de niños y maestros para pasear por su pueblo a Jesús y a la Virgen.

En la esquina de la Ronda, todos quieren cambiarse de lugar para llevar la cruz de guía, los pequeños músicos ponen todo su empeño tocando como cada uno sabe y los costales empiezan a hacer mella en las cabezas de los costaleros que se van cambiando de lugar para que su hombro no se le resienta “como a mi papá, seño, como a mi papá”.

Cuando llegamos al paseo y empiezan a sonar las campanas, vuelve a florecer en ellos la ilusión. El camino de vuelta lo hacen tirando del paso hacia abajo pero allí están Don Jose, las maestras y las mamás como reservas de costaleros para cuando las fuerzas escasean.
Se han hecho realidad sus sueños. La simiente se habrá abierto paso en algunos para que ahora, en compañía de sus familias, crezca la alegría por su pueblo y sus hermandades y con ellas, su Fe en el Señor.

Bendito seas Señor
por traerlos a tu casa
y querer sembrar en ellos
los valores de esperanza.

Porque un niño ríe de alegría,
reza con el corazón,
disfruta amando al amigo,
perdona dando su amor.

Abraza al que está triste,
anima al que contentó,
y presta ayuda al compañero
cuando él lo necesitó.

Y ese viernes de Dolores
te sacamos en procesión.
Gracias por acompañarnos.
Bendito seas, Señor.


Mi infancia

Yo, aunque a mis niños del cole les cueste creerlo, también fui niña, y viví la Semana Santa de esa forma especial que sólo los niños la viven. No la aprendí en brazos o de la mano de mis padres. Mi forma de verla viene marcada por mi familia.
Mis padres, José Antonio el de la niña del Nono y Carmen la de Diego los Amalios, han sido para mis hermanos y para mí un ejemplo a seguir en todos los aspectos de la vida. Han sabido despertar en nosotros los valores que el Señor nos regaló, y regarlos cada día con amor, y hacerlos crecer y florecer. Y esto sólo se consigue siendo como son ellos: dos personas buenas, sabias, humildes, honestas, valientes y trabajadores que han aportado a nuestras vidas sentimientos cálidos llenos de felicidad.
Les tocó vivir una época en la que nada se les regaló, por lo que se vieron obligados a delegar nuestros cuidados en personas que los igualaban en sentimientos positivos: mis abuelas, mi abuelo y mis tías y tíos.
La nobleza, sencillez y bondad de mi abuela Conchita y mi abuelo Diego nos arroparon en los primeros años de nuestra vida, teniendo nuestras necesidades de amor y cariño cubiertas con creces. Junto a ellos, los juegos y cariños de mi tío Juan Antonio y mi tía Conchi, quien se convirtió en mi niñera en esos primeros años y en mi amiga incondicional en los siguientes. En ella siempre he visto el reflejo de la nobleza en su corazón y la generosidad sin límites que nos anuncia el Señor.

Mi abuela la Nona, mi tía María y mi tía Pilar fueron esas tres mujeres en las que el sentimiento de hermandad y familia se veían más que arraigado. Siempre las conocí unidas. En ellas destacaban su bondad, su educación, su caridad y su humildad. Si navego en mis recuerdos, fueron ellas las que siendo muy, muy, muy pequeña encendieron en mí la pertenencia real a la Iglesia: sus rezos del rosario cada día, la escucha de misa por la TV cuando no podían salir de casa, las medallas colgadas en los alfileres de su pecho, las estampas descoloridas por los besos y rezos bajo el hule de la mesa… Dios siempre fue el baluarte de sus vidas, Aquél en el que se apoyaron y Aquél que les dio la fuerza necesaria para ser personas sencillas y entregadas a los demás.

Cuando salíamos a ver los pasos en las calle, eran mis abuelos quienes nos llevaban, ya que mis padres tenían que trabajar.
No obstante, mis primeras estaciones de penitencia sí las pasé de la mano de mi madre en las noches de Viernes Santo. En los años en que yo no levantaba un palmo del suelo, los pasos iban a ruedas, pero quiso la providencia, que en un grupo de personas se despertara la inquietud de volverlos a sacar a hombros por devoción a las imágenes. Se buscaron a personas comprometidas entre las que se encontraba un hombre en el que primó esta generosa tarea a otra cualquiera: mi padre. Así pasó a formar parte de esa primera cuadrilla de costaleros de la Virgen de los Dolores tras su etapa a ruedas, mientras mi hermano, mi madre y yo íbamos detrás del paso donde caminaba papá.
Ese cariño por la Virgen de los Dolores ha perdurado en el tiempo, siguiéndola como la seguía en aquellas noches de Viernes Santo y sintiendo su protección como la sentía en aquellos momentos.

Los ratos de juego junto a mi hermano se dividían entre la calle de mi abuela con mi amiga Francisca, y la plaza junto a Mª José Martín y mis primos Bauti, Francis y Luis Carlos. Con ellos pasé gran parte de mi infancia y, por consiguiente, con mis tíos Bautista y Rosarito, que nos dieron todos los mimos y cuidados de unos padres. Mi tío me inició en la poesía, la música, y, sin saberlo, en los entresijos de una hermandad.
Fue hermano mayor de aquella en la que su padre y mi abuelo, D. Juan Bautista Caraver Rodríguez, fue hermano fundador allá en los años 40: la hermandad de nuestro padre Jesús Nazareno y Mª Santísima de la Esperanza.
En casa de mis tíos se celebraron múltiples reuniones de la directiva, ya que, sin casa hermandad donde hacerlo, cada uno ofrecía la suya como lugar donde hacer realidad los proyectos de hermandad.

Y así llegaban don José Jurado, don Pepe Fuentes… y mientras mis primos, mi hermano y yo jugábamos en la habitación de al lado, sus conversaciones ponían la música de fondo a nuestros juegos infantiles. De esta forma, en mi memoria empezaron a grabarse palabras tales como cuartelillo, candelería, faldones, palio, mantilla de blonda, toca de sobremanto o saya.
A partir del Viernes de Dolores hacíamos un carril a la Iglesia deseando que alguien nos mandase por puntillas o cintas a casa de José el de la tienda o Antoñito el de Aguedita. ¡Qué orgullo serle útil a la hermandad! El más nimio recado nos llenaba de alegría para el día entero.
Recuerdo que un día de cuaresma, mi tío Francisco, una de las personas con el corazón más humano que conozco y con una generosidad sin límites, al ver nuestras ilusiones en cada Semana Santa, llegó al bar donde entonces trabajaba con mis padres y nos dijo: “¡ Ea, ya sois hermanos de la hermandad de Jesús que os he apuntado yo!”. Ni el mejor regalo de Reyes me había hecho tanta ilusión jamás.
Trini nos hizo el primer traje de penitente, porque aquí en nuestro pueblo, no hay nazarenos, todos somos penitentes. Ese traje significó para mí la certeza absoluta de que formaba parte de la hermandad.
Si por nosotros hubiese sido, el mismo miércoles de ceniza habríamos ido a por el cirio. Era mi madre quien nos mantenía con toda la paciencia del mundo la larga espera. Y en cuanto veíamos los primeros pasar por la plaza, allá que nos encaminábamos a los futbolines donde José el de Currito nos facilitaba aquél que se adaptaba perfectamente a tu medida.

Y así, entre preparativos y nervios, llegaba el Jueves Santo. Mi hermano y yo nos vestíamos, nos cogíamos de la mano y nos uníamos a mis primos en la puerta de la Academia cuando casi no había nadie dada la temprana hora a la que llegábamos.
Cuando se iba acercando la hora de la salida procesional llegaba Don José Jurado vestido de forma impecable con su traje de penitente y, en un abrir y cerrar de ojos, las filas de color morado estaban preparadas para iniciar

la estación de penitencia. D. José, persona correcta y respetuosa, tenía un don especial para convertir el caos en orden y belleza, elevando el arte a la máxima potencia a todo aquello que caía en su mano.
A pesar de mi corta edad, siempre entendí que una procesión era una forma de rezar y agradecer al Señor por todo lo bueno que me daba. Quizás porque nuestro maestro de religión en el colegio, Don José Mª, el cura , nos decía una y otra vez que los rezos había que hacerlos entendiendo lo que se decía y si no, no servían de nada. Y la procesión era un momento idóneo para ello.
Pero aún así, era una niña. Y el paso por la casa de mi tío Bautista era parada obligada para el bocadillo de filetes que mi tía Rosarito nos preparaba a todos: a los Caraver, a los Reina y a los De la Rubia. ¡ Cuánta capa y túnica morada había en aquella casa y cuánto capirote trastocado!
La noche avanzaba y por más que el diputado de tramo nos decía una y otra vez que mantuviéramos la distancia con el de delante, el cansancio nos vencía; la túnica, la capa y el antifaz pesaban demasiado y el choque con el de delante era irremediable. La calle Beata se veía larguísima y mi hermano se agachaba queriéndose sentar en los adoquines. Y yo, que eso de que me riñeran no lo llevaba bien, en cuanto veía venir a alguien con una vara de mando, me entraba un sinvivir por el cuerpo que a tirones levantaba a mi hermano del suelo.
Unos años más tarde dejé de vestir la túnica morada porque mis padres necesitaban ayuda en el bar. Aunque nunca me la pidieron entendí que el Señor me agradecería más el estar junto a ellos en esos momentos. Benditos niños y benditos recuerdos.

Cuántos momentos vividos
presos de una ilusión
agrandando sentimientos,
compartiendo una emoción.

Deseando nacer a algo
con alma de soñador
y fabricar con dulzura
las obras de nuestro Dios.

Desentrañar las palabras,
poner acento al amor
sintiendo que lo divino
es fruto del corazón.

Mirar con ojos de niño
mostrando la paz interior
llevando dentro del alma
la gracia del Salvador.

El recorrido

Hay momentos en la Semana Santa de El Rubio que permanecen en la retina de aquél que la disfruta. Son los rincones y lugares en los que nuestras imágenes se muestran de forma especial despertando sentimientos en cada uno de nuestros corazones.
Si las emociones apareciesen marcadas en aquellos lugares en los que se vivieron, nuestro pueblo sería un jardín colmado de alegrías, recuerdos y peticiones; y si de cada lágrima que se derramó hubiese brotado una flor, no habría manos suficientes para cuidarlas ni lugar hermoso donde colocarlas.
En los días de la Semana Grande, el Señor no quiere quedarse en Su casa. Sale a buscar a Sus hijos y les hace ver que está ahí siempre, y les ofrece su ayuda, y se acerca a sus anhelos, y los mira con esos ojos especiales que sólo Él tiene, ojos que nos comprenden, que nos dan esperanza y nos transmiten perdón y amor, llevándolo a todos los lugares de nuestro pueblo.

Las salidas procesionales del Jueves y Viernes Santo eligieron en un momento determinado rincones que, con el paso de los años se han convertido en puestos emblemáticos del recorrido: la pasión de las cuestas, el recogimiento de las calles estrechas, la amplitud de la plaza y el paseo… Cada lugar y momento tienen su gloria y sus emociones trasladadas a los corazones rubeños en nuestra Semana Santa.
Y así hablaron las calles de nuestro pueblo.

Me contaste, cuesta Tahona,
que sentiste un cosquilleo
que el alquitrán se te heló
y las piedras se movieron.

No sabías qué pasaba
y se lo contaste a Cueto,
y ésta te recibió
narrándote este lindo cuento:

“Me dijo la calle Bécquer
que unos hombres costaleros
cada año en estas fechas
cumplen un lindo sueño.

Jesús y la Virgen María
desean cumplir su anhelo
de acercarse a buenos hombres,
a buenos hombres rubeños.

Él los llama cada año
y los cita en el Paseo
derramando allí Su gracia
cumpliendo con su deseo.


Y la plaza los espera
cuando retornan de nuevo.
Y Jesús reparte fuerza
y la Virgen sus desvelos.

Dicen las flores cercanas,
que cuando vienen de regreso,
de los ojos de esos hombres
brotan lágrimas por verlo”.

Y cuenta la luna llena
que vió a las calles llorando:
A Tahona, Cueto y Bécquer
por lo que estaban contando.


Los preparativos

Llega el Miércoles de Ceniza. Se siente en el tintineo de los corazones cofrades el comienzo de la etapa que culminará con la Resurrección de Cristo Nuestro Señor.
En este momento, las veinte manos que llevaron el peso de la hermandad durante el resto del año, se multiplican por diez. La hermandad os necesita y acudís en su busca. El ritmo se intensifica. La espera llega a su fín. Las bandas de música afinan las últimas notas, en los cuartelillos se respira el espíritu de hermandad, en los pies y las manos de los rubeños cofrades, la necesidad de ayudar y en los corazones de los hermanos mayores, la esperanza de acercar la Fe a toda persona que así lo desee. Para ello, los viacrucis en tiempos de cuaresma nos invitan a la reflexión y al rezo.
El Viernes de Dolores, la entrada de los pasos en la Iglesia supone un momento de nervios y expectación por parte de todos los que asistimos a la misma. A partir de entonces, una vorágine de acontecimientos pensados, trabajados y realizados consigue establecer la rutina que llevará al resultado deseado por todos.

Y en este momento aparecen las personas que viven humanamente sus hermandades y han marcado la Semana Santa rubeña: mi tío Bautista, Isabel la Dominanta, Asunción de tita Lola, Araceli, Nati, Ramoncito, Isabelita, Mª Carmen … personas ligadas intrínsecamente a nuestra Semana Santa. Algunas pareciera que tuviesen el don de la ubicuidad pues están en todas partes prestando su ayuda silenciosa a raudales.

Mi tío Bautista me ha dicho muchas veces: “Mari, chiquita, que yo ya estoy muy visto”. Pues doy gracias al Señor por dejarnos veros, por dejaros moldear como piezas que encajáis conformando los entresijos de nuestra Semana Santa ofreciendo lo mejor de vosotros mismos.
Hay personas que van y vienen dentro de una hermandad, que se dejan ver en mayor o menor medida, pero ellos y ellas permanecen, quizá porque nadie los relevó de su cargo, quizás porque es su misión, quizás por la necesidad de ayudar y el compromiso adquirido de participar sin recibir… Gracias una vez más a ellos.

Por todas esas personas
que de forma silenciosa
recogen la lluvia fuerte
y la vuelven cariñosa
sintiendo el peso latente
como obra de misericordia.

Por todas esas personas
que encarnan la valentía
y recorren el camino
siempre con una sonrisa
dispuesta a aquél que reclama
al Señor una caricia.

Por todas esas personas
he de estar agradecida
porque tienen la dicha eterna
de sentirse elegidas
y acudir con humildad
a aquellos que las necesitan


“¿Por qué me buscabais? ¿ No sabíais que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” Esta frase de Jesús bien podría aplicarse a muchas de las personas que hacen posible las salidas procesionales.
Desde el viernes de Dolores la Iglesia se convierte en un ir y venir de flores, candelería, faldones y velas.
En los días de Cuaresma, la Virgen de los Dolores y la Virgen de la Esperanza han estado ataviadas con los trajes de hebrea y, en estos momentos, los vestidores harán que luzcan esplendorosas para los días grandes.
Mi tío Bautista, una persona maravillosa a la que admiro por su carácter humano y cariñoso, ha puesto sus manos al servicio de la madre de Dios y la cuida como hijo suyo que es, aportándole con sus mimos una belleza celestial. Cuida la colocación de la saya, la toca, el manto o el más insignificante alfiler hasta la puesta de la última orquídea en el momento preciso. Don Bautista ha sido toda su vida un autodidacta que, movido por su amor al Señor y la Virgen, ha dado a nuestra Semana Santa un alto rango y un gran tronío. El Señor le regaló el alma de artista y él, de forma altruista, lo entrega a los demás.

De unos años a esta parte, José Ignacio viste de forma impecable a la Virgen de los Dolores. Su juventud va ligada a su entrega y no merma en ningún caso sus dotes artísticas.
Los dos velan para que sus vírgenes luzcan con la grandeza del culto y la humildad que las enriquece.
Las personas mayores que años atrás dedicaban mucho tiempo a su hermandad, no se resignan a no tener un hueco y limpian con mimo cualquier mota que impida el reflejo en un respiradero o en una vara de mando.

Y los niños, ¡ay los niños!, trajinan de un lado a otro esperando que alguien les pida algo. Cualquier cosa con tal de ser útil. Mi Enrique es uno de esos niños que a cualquier hora que vengas está aquí y que no le importa dar los pasos que sean para que ese día luzca todo como se merece.

Hasta hace dos años, el lunes Santo era un momento especial para los niños. Mis hijos, Manuel y Diego, lo esperaban con ansia y con ilusión. Por la mañana se llevaba a cabo la bajada del Cristo de la Salud desde su altar, se colocaba en los bancos de la Iglesia y muchos niños como mis hijos, con brochas suaves, le quitaban las escasas motas de polvo que aparecían en la imagen. A Ramón siempre le gustó que los niños estuvieran allí y ayudaran en esa tarea. Pero lo que Ramón no sabe es la ilusión que despertó en cada uno de ellos. No hay palabras para definir la cara de aquellos niños cuando pasaban sus dedos por los pies y las manos con clavos de Cristo, o cuando tocaban sus rodillas heridas, o cuando ponían cerca la llaga de Su costado. Nunca ví un atisbo de miedo. Por el contrario sí viví la ternura que en esos momentos ellos sentían por Aquél a quien tenían entre sus manos. Desde aquel momento lo veían cercano y les hacía comprender la historia que mamá tanto les había contado de aquel hombre bueno al que prendieron los romanos, llevó una cruz a cuestas y después de morir, resucitó y subió al Cielo.
Ramón, gracias por regar esos sentimientos de amor a Cristo en nuestros hijos.
De esta forma y con el trabajo de muchos hombres y mujeres entregados, van cumpliéndose los preparativos para comenzar el recordatorio de Jesús en la Tierra como hombre de bien y sacrificio por los demás.

Costaleros y capataces.

Cada una de estas personas involucradas en el recuerdo de la Pasión y Resurrección de Cristo son importantes y encajan como piezas de un puzzle que nos muestra que Jesús vivió en la Tierra y nos llevó a Dios. Todas hacen realidad el sentimiento de religiosidad, de arte, de belleza y de amor, siempre el amor.

Don Manuel nos guía espiritualmente a fusionarnos con Jesús y con la alegría de verlo de nuevo entre nosotros tras los tres días de duelo. Los oficios del Jueves y el Viernes Santo y la vigilia Pascual son momentos de recogimiento y rezo que nos ayudan a comprender el mensaje de Aquél que se hizo hombre para morar entre nosotros.
La directiva de cada hermandad asume una altruista responsabilidad llevando la Fe al pueblo entero.
El coro parroquial, en los días alegres de la Semana Grande, nos ayuda a rezar, elevando sus plegarias al cielo.
Y los costaleros, ese grupo de hombres que, generosamente, le prestan a nuestras imágenes sus pies y su fuerza, van hombro con hombro bajo una trabajadera para que ese día no les falte a Ellos ni gloria en su paseo por las calles de El Rubio.
Cuento con la enorme suerte de convivir con costaleros: mi padre, mi marido, mi hermano, mi cuñado Jesús… Quizás este entorno propició que hace casi 10 años mi hijo Manuel convirtiera toda caja que caía en sus manos en un modesto paso de cartón y que en pleno mes de Agosto en mi casa sonara “ Presentado a Sevilla” o “ Coronación de la Macarena” con su padre o conmigo ayudándolo a llevar su paso.
Con un tirador de puerta convertido en llamador, él hacía de capataz, costalero y músico cuando cualquier objeto con potencial percutivo caía en su mano.
Contagió este entusiasmo por la Semana Santa a su hermano Diego, y ahora cuento en mi casa con dos pasos, dos tambores y dos futuros costaleros que me llenan de alegría y orgullo porque son niños que creen en los valores que su Amigo Jesús les ha dado y que lo siguen con amor.
Sé que son muchos los niños que tienen ese amor por Jesús porque lo ven en sus padres y en el cariño que ellos profesan debajo de un paso.


Papá, hoy fui al paseo
donde tú me dijiste que estabas
y allí no te hallé
a pesar de que te buscaba.

Papá, allí había mucha gente,
pero yo no te encontraba.
A pesar de que busqué
no logré ver tu mirada.

De pronto se hizo el silencio,
y se acallaron las charlas
y los gritos de los niños
que en el paseo jugaban.

Y las miradas se quedaron
en ese punto clavadas:
a las puertas de la Iglesia
donde tú me dijiste que estabas.

Y salió el Señor Jesús.
Y detrás su madre amada
que de amor por su hijo
lloraba desconsolada.


Papá, yo seguía mirando
Pero a tí no te encontraba
¿ será que tú te perdiste
mientras todo eso pasaba?

Sí, hijo, yo me perdí
pero en los ojos de Esperanza
y viendo a Dolores sufrir
por Aquél que todo lo alcanza.

Si, hijo, yo estaba allí,
poniendo un trocito de alma
para que nuestro Amigo Jesús
a los Cielos se elevara.

Sí, hijo, yo estaba allí
rezándole mil plegarias
bajo una trabajadera
DÁNDOLE POR TI LAS GRACIAS.


Esos costaleros que debajo de un paso expresan la unidad, la ayuda, el compromiso, la penitencia… y que asumen en silencio el dolor de la trabajadera, reflejan el testimonio de hermandad desde su punto de unión.
En un momento de sus vidas, Dios llamó a las puertas de sus corazones y en ellos se despertó el ansia de portar a sus imágenes con todo el respeto y el sentimiento que ellas se merecen, personas que quizás en otro momento ni siquiera hubieran pensado que iban a ocupar ese privilegiado lugar. Pero ahí está Él para, de una forma u otra, llevarnos a su lado y darnos todo el amor del mundo.
Ellos dicen que ahí debajo no se ve nada. Lo que ellos no saben es que en esos momentos ven más que nadie, porque tienen abiertas las puertas del cielo y del amor a Dios y a Su Madre que a buen seguro les transmiten a sus ojos la visión de cariño y extrañas y placenteras emociones que los demás no podemos ver de ninguna de las maneras.
Envidio de forma sana los sentimientos que deben aflorar en cada chicotá, o en cada “levantá” a pulso o en cada dedicatoria a una persona querida por todos…
Después de noches de ensayos en la laguna, la calle Aurora, la calle Écija o la era “empedrá” con radios al hombro, tablas haciendo las veces de llamador y sobrepesos improvisados, llega el momento en el que todo se hace realidad.

En los mediodías del Jueves y el Viernes Santo, en la Iglesia se sienten las vísperas de la salida. El ajuste de las fajas, el arreglo de los costales, la charla de Paco Gálvez a sus costaleros… impregnan el aire de intimidad e ilusión.
Tras los golpes de martillo que llaman al costalero al retranqueo del paso, llega un silencio que contrasta con la multitud que se congrega allí. Hasta los pequeños se quedan embelesados viendo y oyendo lo que allí acontece, que para mí es uno de los momentos más bonitos de la Semana Santa rubeña.


Las horas vespertinas que siguen a este encuentro estoy segura, porque así lo he sentido en los corazones de mi marido, mi hermano y mi cuñado, que el costalero no se relaja. Su mente se prepara para una noche llena de emociones, penitencia y encuentros con Jesús y la Virgen.
Cuentan aquellos privilegiados que el momento en el que se abre la puerta de la Iglesia es de esos que agitan el corazón y remueven las entrañas porque sienten que Jesús y Su Madre están con ellos. Y escuchan bajo el paso el silencio latente que todo lo habla porque en ese momento el paseo enmudece y debajo sólo se oyen corazones hermanos.
Algunos de esos corazones llevan martilleando el pecho muchos años bajo una trabajadera. Costaleros añejos como Manuel Caro, Manuel Ruiz, José Miguel Portillo, Luis Miguel Guerrero, Francisco Rodríguez, Manuel Fernández… y costaleros que ponen voz debajo del paso como Luis Carlos, Bauti, Luis Miguel y Eduardo forman el complemento perfecto para subir a nuestras imágenes al cielo.

El trono que forman estos hombros unidos cuenta con un pilar fundamental que los ayuda a mitigar el dolor que se pueda sentir en cualquier momento del recorrido.Cada costalero se ve alentado con las palabras reconfortantes de su capataz: Antonio, Paco Gálvez, Paco Pulido, Salomón, Francisco Javier,Álvaro…y antes de ellos otros tantos que con bastante sentimiento, mucho cariño, más valentía todavía y arte “pa’ reventá” han sabido insuflar ganas, ayuda y Fe a todos aquellos que se han acercado a ellos.
Cada momento de la pasión de Cristo es rememorado de forma distinta, y cuando los pasos están en la calle, aquél que los dirige le aporta el equilibrio perfecto para que recordemos ese momento como sucedió. Las palabras propias del argot del capataz dan giros que comunican todo al costalero, y su forma particular de ser los ojos de la cuadrilla tienen impreso el sello de cada uno de ellos: Antonio es la seguridad, la veteranía de un capataz unido intrínsecamente a su paso y que después de casi cuarenta años al frente del mismo aún nos mantiene con el alma en vilo cuando la cantonera de la cruz pasa suspirando al cancel, y con una simple palabra en el momento preciso hace que sus costaleros coloquen al Señor de forma tal que tus ojos te transportan al Gólgota de hace 2000 años.
Paco Gálvez es la respetuosidad, consiguiendo que el paso del Cristo yacente pareciera que lo llevaran los ángeles del cielo . Antonio De la Rubia tomará este año su relevo en este cargo dándole serenidad a Su paso.
Salomón es la nobleza. Casi sin levantar la voz lleva el paso de palio a la grandiosidad del día.
Paco Pulido es la sencillez, que se manifiesta de forma precisa ante los ojos de sus costaleros.
Francisco Javier es el entusiasmo, prendiendo la valentía de sus costaleros en cada una de sus palabras. Álvaro es la fuerza. Levanta la voz al cielo clamando señorío para la Madre de Dios.
Y no quisiera olvidarme de Paco Jesús, que nunca fue costalero ni capataz, pero que siempre está en el sitio y momento acordado poniendo de forma silenciosa su corazón al servicio de la Madre del Señor.
Los unos, los pies del Señor y su Madre. Los otros, los ojos que los guían. Y ambos, unidos por la hermandad, la Fe y el amor a Dios.
Tres golpes de martillo marcados con una ilusión me anuncian a mí, costalero, que el día esperado llegó para llevar a Esperanza, a Dolores y a mi Dios.
Y en ese mágico instante todo se paralizó
uniendo mis cinco sentidos al respeto y al amor
para ser los pies y manos de Aquél que nos redimió.

Suena una música santa dentro de mi corazón
que me dice, que me alienta, que me susurra un perdón
que se funde con las ganas de dar todo al Redentor.
Mi capataz, a un quejío, me despierta de la ensoñación
y dirige con amor las notas de una bonita canción
cuyas letras armoniosas avivan en mí el fervor.
“¿Estáis puestos costaleros? ¡Menos paso! ¡Ahí queó!”
Palabras que abajo suenan con un halo de oración
disipando cualquier duda y llamándome al perdón.
Tengo los cinco sentidos puestos en Ti, mi Señor,
bajo este lugar de amigo cubierto con un faldón
donde entrego mi Fe bendita convertida hoy en Pasión.

Días Grandes

El estallido primaveral que embriaga mis sentidos predice la llegada inminente de la Semana Grande.
Jesús ha pasado cuarenta días con sus cuarenta noches en el desierto orando en soledad y enfrentándose a las tentaciones, y nosotros, como cristianos, lo hemos acompañado.
Llega el día de la entrada triunfal en Jerusalén. El paseo está lleno de ramas de olivo que nos concederán crear la alfombra que permita a nuestro Señor entrar sin ni siquiera pisar el suelo, los balcones de nuestras calles se engalanan con damascos y nuestra parroquia tiene los pasos dentro como visitantes fieles de esta época del año.

Quizás El Rubio no cuente para el Domingo de Ramos con paso alguno ni con imagen que lo presida, pero lo vivimos como si así fuera, ya que así lo sentimos y así lo necesitamos vivir y recordar.
Los niños –de nuevo ellos- se prestan como acompañantes de Jesús, y tras recoger nuestras ramas, esperamos la bendición de las mismas.
La salida por las calles del pueblo se convierte en un jaleo respetuoso o, si se prefiere, en un silencio bullicioso, por ser casi imposible el seguimiento del animal a un paso constante: a veces casi vuela animado por la algarabía de los chiquillos que lo rodean y otras veces permanece quieto ante la atenta mirada de los mismos. Ésta es la realidad, la que nos transporta a esa Jerusalén de hace 2000 años, al alboroto de esas calles que aclaman la entrada del Salvador, y a la alegría y el júbilo que sintieron las personas que lo seguían.

Y así la vive El Rubio.

Prenden a Jesús en el monte de los olivos, lo llevan ante Caifás y ante Pilatos. Su destino está escrito. Debe morir en la Cruz.
El miércoles a las 12 en punto de la noche se cumple su sino en El Rubio. Y allí estamos todos junto a Él porque nos necesita. Ha sido crucificado.
Es la noche del silencio en nuestro pueblo. Llevo muchísimos años acompañando a nuestro Cristo de la Salud y cada noche de miércoles Santo sucede algo casi inexplicable. El tiempo, que en muchas ocasiones se torna en una tarde desapacible con lluvia , viento y cielos encapotados, cambia al acercarse la hora. Recuerdo noches en las que, una vez cumplida la estación de penitencia, han vuelto a caer finas gotas del cielo. Pero mientras Él estuvo fuera no se oyó nada. Sólo silencio.

A medianoche, las puertas del templo se abren.
Los que esperan fuera, enmudecen ante el anuncio de la salida del crucificado. La cruz de guía señala el camino.

Los que acompañamos al Cristo desde dentro de Su casa, vivimos otro momento de esos que te erizan la piel. El templo está a oscuras y los rayos de luz del paseo se van filtrando por la rendija de la puerta, luz que va tomando amplitud y fuerza al igual que la luz del Reino de los Cielos, y nos indica que el camino a seguir es Él.
Tantos hermanos llevando una luz de Esperanza y penitencia, tantos cirios rojos del amor a Dios crucificado, tantas manos aferrándose a Él, tanta paz, tanto silencio…

Y la hermana Angelita que desde su altar lo mira y cuida para hacer menos angustioso su camino. Ella siempre estuvo junto a Él. Y aquí en El Rubio se ha ganado un rincón maravilloso a su lado. Y en la noche del Miércoles Santo espera a Aquél que partió para que vuelva a su lado.

La esencia de nuestra hermandad radica en la sencillez, que se traduce en su procesión por las calles del pueblo. Cada momento de la misma vislumbra un sentimiento especial en nuestros corazones que tiene su punto álgido en el momento en que puedo llevarlo sobre mi hombro. La Fe me hace reunirme con Él, y rezarle, y darle mil gracias por todo lo que me ofrece en la vida. Y siento que está conmigo.
Hasta hace unos meses sólo he conocido a Ramón como hermano mayor de esta hermandad. Me consta que ha dado gran parte de su vida a ella y que ha hecho suyos los valores que ésta aclama. Siempre tiene una mano dispuesta a ayudar y acrecentar la caridad en su pueblo con una actitud de escucha y comprensión, y una sonrisa alerta a aquél que se le acerca. Mª Carmen, te ha tocado coger un testigo difícil, pero a buen seguro que le darás también tu verdad.
Ramón ha compartido muchos años en la directiva con la persona que inspira mi pregón, mi tío Manolo, que como dije en una ocasión, fue una semilla que Dios puso en la Tierra para que viviera entre nosotros dando frutos de amor a todo aquél que se le acercara. Era la esencia misma del objetivo de la hermandad del Cristo de la Salud. En él se cumplía la bienaventuranza de los humildes, de los pobres de espíritu, de los misericordiosos, de los limpios de corazón, de los que trabajan por la paz… Seguía a su Cristo, creía en Él y lo vivía con el corazón, quizás influenciado por una madre desprovista de riquezas materiales pero llena de tesoros en el alma: la niña del Nono, mi abuela, que desde el cielo puede sentirse orgullosa por haber sembrado en sus hijos y sus familias unos hilos de hermandad limpios y profundos.
Por ello, al ver al Cristo de la Salud en la calle con el cielo reflejado en su cuerpo , los veo a los dos asomados detrás de una estrella esbozando una sonrisa y pidiendo amor para todos nosotros.
Quiero decir con esto que debemos fijarnos en la humildad de las personas que nos rodean, porque al mirar con detenimiento, son las que han conseguido realizar las obras más importantes de la Tierra: las del amor a Dios. ¿Qué hay más maravilloso que querer y sentirse querido?

Gracias, Cristo de la Salud, por tanto como me has dado.

Te puedes sentir orgulloso,
El Rubio camina a tu vera,
lleva una luz en el rostro
que se escapa de una vela
y que le ofrece a su Cristo
dándole su penitencia.

Te puedes sentir orgulloso
de tener la primavera
rendida bajo tus pies
como alfombra que te alegra
sin tener flores ni ánforas
que enarbolen tu presencia.

Te puedes sentir orgulloso:
sin un paso que te tenga
te ofrecemos nuestros hombros
que con mimo te sostengan
y te lleven suavemente
por nuestras calles rubeñas.

Te puedes sentir orgulloso
de que los niños te vean
y ansíen poner sus manos
en las andas que te llevan
y te regalen sonrisas
con la ilusión más sincera.

Te puedes sentir orgulloso
de desprender esa Luz
que ilumina mi camino
y me cuida desde la Cruz,
por estar siempre conmigo
mi Cristo de la Salud.



Al atardecer del Jueves y Viernes Santo, el paseo de la Iglesia se vuelve a llenar de gente: papás con sus hijos en brazos junto a los carritos vacíos porque los pequeños no quieren perder detalle; niños vestidos de nazarenos que insisten en entrar en la Iglesia, pero que mamá no se lo permite por miedo a que se angustie entre la multitud, personas mayores que se acercan sólo a ese momento porque sus cansadas piernas no conceden el deseo a sus corazones…
¿Y dentro? Dentro se tiene el privilegio de empezar a vivir antes la estación de penitencia. Me encanta oir a mi marido y a mi hermano las sensaciones que se tienen en esos momentos iniciales. Se intensifica la razón de hermandad, de unión, de sacrificio y penitencia: mientras los costaleros se hacen la ropa con ayuda mutua, los capataces se desviven y preparan para la responsabilidad encomendada que los acompañará en las próximas horas, la directiva ultima los detalles de la salida y los nazarenos, algunos con los antifaces recogidos debido al calor, se van colocando en sus lugares. Los que no contamos con el privilegio de estar dentro del templo, lo sentimos desde nuestros televisores gracias al trabajo de personas como Paco Méndez, Francisco Caro y Pertíñez, que acercan nuestra Semana Santa a personas que no pueden acompañar al Señor por nuestras calles de otra forma. Gracias a ellos por poner un poco de Esperanza e ilusión en los corazones de las personas mayores.

Es Jueves Santo en El Rubio. En los oficios recordamos el prendimiento en Getsemaní y la pasión sufrida tras el juicio a un inocente que no hizo más que amar.
Miguel, como hermano mayor, dirige desde el altar los primeros minutos de la estación de penitencia, y todos los allí congregados elevan sus rezos al cielo para ser escuchados por el Señor.
Vuelven a abrirse de par en par las puertas del templo y allí está Él, el Nazareno, que te mira desde su casa y provoca el silencio de todos los allí presentes.

Y aquél que un día se presentó en el sitio acordado y a la hora precisa para ser el costalero que nunca fue, y que lo elevaron al papel de capataz, levanta su voz con toda la fuerza que tiene. “Vamos “pa´fuera” Antonio, que ya van unas cuantas tardes junto a Él, siendo los ojos de aquellos que empujan con los hombros y el corazón”. Sabemos que nadie es imprescindible, pero Antonio ostenta el título de veterano capataz en El Rubio y no concebimos a nuestro Jesús Nazareno sin él.
Tres golpes de martillo y la primera levantá, siempre con una dedicatoria especial directa al sentimiento del costalero.

El monte de claveles que con tanto mimo ha preparado Rafael Cea, se mueve debajo de los pies del Señor, o Sus pies se mueven suavemente sobre ellos. Nunca lo sabremos. Sólo apreciamos desde fuera que Él se mueve, que viene a quedarse entre nosotros durante unas horas donde nos permitirá gozar de la grandeza, profundidad y riqueza espiritual del Nazareno. Y lo espera Tahona, Cueto, La Plaza,,, momentos especiales en los que Él seguro se siente arropado por sus hijos rubeños.
Y sientes que se te encoge el corazón cuando recuerdas el evangelio de San Lucas donde se nos narra que camino a la crucifixión “lo seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres”. Y piensas: “Señor, se vuelve a cumplir en este momento en El Rubio”. Caminan detrás de Él movidas por la Fé incondicional. No importa el sufrimiento que haya en sus corazones. El amor lo apacigua. Ellas le hablan con una luz de Esperanza entre sus manos y Él las escucha.
Y de esta forma camina entre nosotros, haciéndonos sentir hijos de Dios cuando lo miramos porque en los ojos de la imagen vemos el amor incondicional de Aquél que está en el Cielo.

Mece la túnica bendita
un hilo de suave viento
que acaricia, sin querer tocarlo,
a Jesús el Nazareno.

Y le prodiga susurros,
y le enjuga sus lamentos
y le señala el camino
que lo elevará a los Cielos.

Mueve los pies silenciosos
al compás del costalero
sembrando amor a su paso
bajo alegóricos pétalos.

Camina entre nosotros
oyendo nuestros anhelos,
acompasando su marcha
al ritmo de los costeros.

Sube la cuesta al Calvario
con cientos de cirineos
que lo acunan y lo arropan
sin ni siquiera poder creerlo.

Y cuando se acerca a ti
sientes ese dulce viento
elevándose plegarias
en este bendito pueblo.

Y pienso al mirar los ojos
de Jesús, mi Nazareno:
¿será que estoy en El Rubio
o me llamó y estoy en el Cielo?


En el interior de Su casa, Su madre, llena de Esperanza por la salvación de Su hijo, sale en su busca.
Las velas encendidas dentro de la Iglesia iluminan su rostro y dejan ver que, aun preciosa, no puede dejar de llorar.
Salomón y Paco golpean el llamador y en el paseo vuelve a reinar el silencio. El paso de palio va saliendo poco a poco de forma espléndida gracias a la maestría de capataces y costaleros. Y Ella eclipsa todo lo demás.
Mi hermano Bauti empieza a cumplir su sueño para con Ella un año más y desde la trabajadera convierte en arte aquello que en principio no lo es, estoy convencida que movido por algo divino que lo aconseja y atiende como premio a la bondad especial que reina en el corazón de mi hermano.
La Virgen toma el camino de su hijo mientras la luna hace acto de presencia y baña de colores suaves su cara bendita.
Tres marchas la suben a Tahona al ritmo acompasado de trompetas y tambores. Y mientras, yo, camino a su lado, junto a su manto aterciopelado oyendo los ánimos que se arrancan desde debajo del paso y la energía que se transmite desde fuera. Y me dejo arrastrar por el gentío que se aglutina alrededor consiguiendo ponerte el vello de punta viendo el arte que se admira bajo el influjo del Señor.
La subida de Cueto vuelve a congregar a multitud de personas. La amplitud de la calle permite ver la chicotá casi sin moverse del sitio, y es curioso observar cómo empiezan a bajar los costaleros del paso de Nuestro Padre Jesús y su capataz Antonio, a los que se van sumando más personas que quieren ver en primera fila la subida. Y no es para menos. Las palabras que cada año todos le dedican deben sonar allí debajo como hermosos cantos de aliento en los que el peso se les aligera.
Cuentan mis dos costaleros que en esos momentos, entre palabras de Antonio, Salomón, Paco y Marcos, el paso casi no pesa, ya que es tal el disfrute y el honor de llevar en los hombros a la Madre de Dios que cualquier sufrimiento se ve suavizado.
Una vez dentro del templo, con la estación de penitencia finalizada, clavas sus ojos en Ella y les das mil gracias. Su rostro te devuelve el amago de sonrisa como Madre esperanzada. Sigue igual de bella que a la salida y sus lágrimas permanecen en su rostro, pero ha querido salir y dar ánimo y valentía a todo aquél que lo necesitó. Y doy testimonio de que este regalo existe porque lo he visto en los ojos de mi suegra, Rosa, y de mi tía Manolita, dos personas que se han repuesto a una adversidad con la que no contaron y la han afrontado con valentía porque la Virgen les puso en su corazón esa esperanza necesaria para embriagarse de Fe. Nos han dado a todos una lección de amor a Dios convirtiéndolo en la generosidad necesaria para sentir la fuerza de Él en los demás.
Gracias Esperanza, por acompañarnos cada día y llenarnos de amor, caridad y Fe.

Un rezo a mi madre del cielo
con cariño se elevaba
con el que yo agradecía
todo lo que Ella me daba.

Yo hablaba con la Virgen
y Ella en silencio escuchaba.
Quería que luciera guapa
y así mis palabras sonaban:

“Dadme claveles y velas
que la pongan linda y guapa
que llorando va las penas
y siguiendo a su hijo clama
esta Virgen Nazarena”.

“Dadme joyas, azucenas,
que abriguen su linda cara
y luzca como una estrella
al llegar la madrugada
en noche de primavera”.

“Dadme el son de una saeta
que le alegre su mirada
y la dote de la esencia
que le aligere la carga
y le conserve la fuerza”.

Cuando mi boca calló,
la Virgen, que me escuchaba,
susurró a mi corazón
estas bonitas palabras:

“ Todas las cosas que pides
quizás alegren mi cara
pero no mi sufrimiento
ni tampoco aliviará mi alma”.

“Sólo debes pedir
aquello que feliz me haga.
Pide a todos el amor
para así cumplir Su palabra”.

“ Que Él nació para que hoy
en el mundo el Amor reinara.
Que Su muerte tenga ese fín”.
ASÍ HABLÓ ESPERANZA.


Nadie pudo evitar su destino. Jesús murió en la Cruz y cada viernes Santo así lo recordamos.
El hermano Mayor comienza la estación de penitencia desde el altar y tras los rezos, se respira el silencio que sigue a la muerte del Señor.
A la hora fijada, se abren las puertas del templo y el Cristo Yacente se nos presenta al pueblo.
El color negro de las túnicas, símbolo del luto de nuestros corazones, y la blancura de las capas anunciando la próxima Resurrección de Cristo, invaden las calles que señalan el camino.
La urna de cristal que acuna al Señor sale de forma sencilla y con todo el respeto que el momento se merece. La grandeza de este paso radica en esa penitencia silenciosa tan latente dentro y fuera del mismo.
Los costaleros no reciben los vítores de los que allí se congregan, ni escuchan los sonidos de un tambor que los acompase, ni los acordes de una trompeta,,, pero sienten de forma especial el reposo del cuerpo de Cristo sobre sus hombros.
El racheo de las alpargatas se entremezcla con los sonidos de los rezos de los costaleros. Y quizás al día siguiente no cuenten la experiencia de una u otra chicotá, pero llevan un pellizco en el corazón porque sintieron que sus plegarias se elevaron al cielo directamente.
Paco Gálvez, como capataz de la cuadrilla hasta este momento, imprime esa identidad humana al paso. Ni un solo grito, ni un solo amago de allborozo, sólo respeto por Aquél que murió.
El rostro del Cristo del Santo Entierro posee una inefable serenidad que, como tal, no se puede explicar de ninguna otra forma que no sea desde el amor que sentimos por Él. Lleva tallado el paño de pureza porque acaban de bajarlo de la cruz y aquí, en El Rubio, lo apoyamos en su monte de lirios

morados para que se sienta arropado por el tacto aterciopelado de sus pétalos mientras la música de capilla musita el réquiem por el Señor.
Gracias, Cristo del Santo Entierro, por la serenidad en momentos importantes de mi vida.

Enmudecieron las campanas
de la torre del paseo.
No tañeron ni lloraron
cuando salieron a verlo.

Enmudecieron las golondrinas.
Y los pájaros del cielo
se posaron suavemente
sin alzar siquiera el vuelo.

Enmudecieron las nubes
y se vistieron de negro
sin derramar ni una gota
de lágrimas de desconsuelo.

Enmudecieron las estrellas
que adornan el firmamento
sin dejar de brillar
ni en un ínfimo momento.

No lloraron, ni cantaron,
ni levantaron el vuelo.
Se alegraron sin medida
los habitantes del cielo,
por eso enmudecieron:

PORQUE PRONTO SUBÍA CON ELLOS
EL CRISTO DEL SANTO ENTIERO.


Todos ansiamos los puestos del honor, ser los primeros. Pero Jesús nos insta a permanecer en nuestro sitio, el del servicio y la disponibilidad hacia todos. Y Ella, su madre, así lo hizo. Estuvo en su lugar, junto a Él en los momentos más importantes de Su vida: nació de sus entrañas, lo animó a realizar ese primer milagro en las bodas de Caná, estuvo junto a Él llena de Esperanza mientras duró su pasión y a los pies de la Cruz cuando expiró.
Y en esta otra advocación la acercamos a nosotros en el Viernes Santo rubeño: nuestra Virgen de los Dolores, cuya belleza no se eclipsa con su aflicción. Las lágrimas que escapan de sus ojos resplandecen con la luz de las velas que los iluminan. Y ella camina detrás de Su hijo.
Mientras el paso sale por la puerta de la Iglesia, los varales reposan para que no apartemos nuestros ojos de Ella. Pero una vez que la selecta cuadrilla de costaleros pone los pies en el Paseo, éste estalla en un aplauso comedido que le muestra a nuestra dolorosa todo lo que su pueblo la quiere.
Viste de luto en su duelo, sólo quebrado por señales blancas que anuncian la próxima Resurrección.

Cuando Nuestra Madre del Cielo llega a Bécquer, el tintineo de las bambalinas y los varales se ven y oyen de esa forma especial que sólo esa calle posee. La estrechez de la misma tiene ese encanto que da majestuosidad a la soledad de la Virgen de los Dolores. Y bajo la trabajadera así se siente. Sus ojos no pueden verlo, pero allí está su capataz para que Ella suba de forma sublime.

Sé que será difícil de creer, porque a veces, los pregones se inclinan más hacia un lado u otro según la pertenencia a una hermandad. En mi caso, por alguna razón, no es así. El Jueves y el Viernes Santo veo caminando detrás del Señor a la Virgen María y en nuestro pueblo se nos ha puesto aún más fácil porque las dos imágenes tienen rasgos comunes. Veo los sentimientos de los dos días grandes diferentes, como las dos advocaciones, pero siento la ayuda de las dos por igual. Hace dos mil años fue una única mujer quien lloró entre la multitud viendo cargar a su hijo con la cruz llena de Esperanza por su salvación y también llena de Dolor cuando Él murió.

La cultura es parte de nuestra sociedad, pero la Fe forma parte de nuestros corazones y me enorgullezco ser pregonera en un pueblo donde, gracias a Dios, las hermandades tienen la unión necesaria para sentirla.
La Virgen de los Dolores nos regala en este Viernes Santo la huella de superación ante el padecimiento, y la confianza en el Señor para que así sea.
Gracias, mi Virgen, por darme fuerza ante la adversidad.

“¿Qué necesitas, Dolores,
que aligere el desconsuelo
que te entristece tu rostro
y te provoca desvelos?

¿Qué necesitas, Dolores,
que quite a tus ojos el velo
de lágrimas que aparecen
y no te permiten verlo?

¿Qué necesitas, Dolores,
que ponga veto al sufrimiento
que con Fe Tú asumiste
desde lo alto del Cielo?

¿Qué necesitas,mi Virgen?
Dime para que pueda traerlo.
Que no quiero que estés triste:
alegrarte es mi deseo”

“Quiero que pasen tres días,
tres días de luto y duelo
para que al fín resucite
y derrame amor desde el cielo”.


Y al tercer día, como estaba escrito, resucitó.
Después de una semana en la que hemos recordado la pasión y muerte de Jesús, tenemos el final feliz de la historia bendita, porque Él, que es vida, ha sido capaz de transformar la muerte en Resurrección.
La Virgen deslumbra de alegría, y para festejar la buena noticia, le regalamos un mes de Mayo en el que Ella luzca contenta en la campiña rubeña. Nuestra Madre del Rosario está junto a Él entonces, mirándonos desde el Cielo con toda la dulzura de alguien que ama y vence al sufrimiento. La Romería nos hará sentir que la Virgen nos acompaña y alegra.
Y a partir de aquí se nos emplaza a seguir defendiendo el amor a Cristo por encima de todas las cosas, para que cada amanecer podamos darle las gracias por todas las cosas que nos regala.

He querido realizar un pregón diferente. Mis palabras quizás no hayan tenido grandes metáforas ni florituras literarias, pero he traducido mi vida a este papel. No soy persona de ir con grandes galas ni maquillajes, pero intento que mi corazón vaya colmado de buenos sentimientos, y, como decimos en El Rubio, me da coraje si no es así. De esta forma he querido que se oyera mi pregón: con palabras sencillas pero con fuertes sentimientos.
Me considero humildemente un mero instrumento comunicador en este día porque sólo he plasmado aquí lo que he aprendido de todo aquél que se cruzó en mi camino en algún momento de mi vida. Como una vez me dijo Doña Cele, somos el resultado de nuestras relaciones, y tengo que agradecer al Señor y a la Virgen el haberme puesto en el camino a tanta gente buena, ya que a través de ellos he podido conocer al Señor en sus acciones, sus palabras y sus consejos pero sobre todo, en sus vidas. Mi tío Manolo me enseñó lo fácil que era hacer el bien a los demás, porque el lugar maravilloso del cuento de entrada está en nuestros corazones. Los niños viven en él y a mí me encantaría poder tener el corazón abierto de la misma forma que ellos.


La religión que nos une despierta sentimientos y valores extraordinarios, y vivir la Semana Santa en compañía de la Fe en Dios en este pueblo bueno nos hace crecer en el más importante de todos: EL AMOR, SIEMPRE 
EL AMOR.

Pongo el punto final a mi querido pregón:
a unas palabras sentidas al servicio del Amor
donde se han visto recluidas mi Fe y mi ilusión.

Esta mañana contenta vine a la casa de Dios
rodeada de gente buena que regaló oídos a mi voz y que puso lindas palabras en este humilde pregón.

Puse mis cinco sentidos entregados al Señor
y Él me dio las palabras, y la Virgen que lo vió
sentí que ponía su manto y me daba su protección.

Los ángeles y el Espíritu Santo me insuflaron el valor y así sentí que abrazaba un inmenso halo de amor motivada en todo momento por mi Fe en el Señor.

Un sentimiento alegre martillea mi corazón
Porque mi ángel de la guarda presenció hoy mi pregón.

Y lo vimos con los ojos del AMOR, SIEMPRE EL AMOR.

HE DICHO con la ayuda del Cielo.


El Rubio, seis de Abril del año dos mil catorce de Nuestro Señor Jesucristo.

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